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Quando confrontado com a ausência, cruzo, como agora, a memória com o mais formoso território, poeticamente descrito por Francisco Brines (1932):
Y porque estás ausente, eres hoy el deseo / de la tierra que falta al desterrado, / de la vida que el olvidado pierde, / y sólo por engaño la vida está en mi cuerpo, / pues yo sé que mi vida la sepulté en el tuyo.
O mais formoso território é para cada um de nós o corpo da mulher amada, fonte e consolo da mais intensa experiência do viver:
O intimidad de un tallo, y una rosa, en el seto, / en el posar cansado de un ocaso apagado.
Cantá-lo em variadas formas é apenas um acto de humilde homenagem.
Deixo-vos com o poema original antecedido da tradução de José Bento publicada em Ensaio de uma despedida, Antologia (1960-86), edição Assírio & Alvim, Lisboa, 1987.
O Mais Formoso Território
O cego desejo percorre com os dedos
as linhas venturosas que inebriam seu tacto,
e nada o apressa. O roçar faz-se lento
no vigor curvado de umas coxas
que encontram sua unidade em breve moita perfumada.
Ali, na escura luz dos mirtos,
enreda-se, palpitante, a asa de um gorrião,
o feliz corpo vivo.
Ou o íntimo de um caule e uma rosa, na sebe,
no pousar fatigado de um ocaso apagado.
Do estreito lugar da cintura,
reino de sesta e sono,
ou reduzido prado
de lábios delicados e dedos ardentes,
por igual, separadas, espreguiçam-se linhas
que afundam, graciosas, o vigor feliz da idade,
e deixam alto um peito, simétrico e escuro.
São duas sombras róseas esses mamilos breves
em vasto campo liso,
águas para beber ou fazê-las tremer.
E um fino canal sulca, para a sede benévola da língua,
um campo adormecido, e chega a um breve poço,
que é sorriso infantil,
breve dedal no ar.
Nessa rectidão de uns ombros potentes e sensíveis
ergue-se o pescoço altivo que serena,
ou o retraído pescoço a abrandar as carícias,
o tronco de onde brota um vivo fogo negro,
a cabeça: e no ar e perfumado,
sorri um enredado tufo de jasmins,
e o mundo faz-se noite porque habitam aquela
astros cheios e vastos, felizes e benéficos.
E brilham e nos fitam, e queremos morrer
ébrios de adolescência.
Há uma brisa negra que perfuma os cabelos.
Eu desci este torso,
a mais descansada de todas as descidas,
que, sendo longa e dura, é de marcha serena,
pois nos conduz ao lugar das delícias.
Na seda mais fresca e mais suave
a mão recreia-se,
neste espaço indizível, que se ergue tão diáfano,
a formosura caluniada, o sítio envilecido
por palavras soezes.
Leito infindável onde reparamos
a sede da beleza da forma,
que é sede apenas de um deus que nos sossegue.
Roço com minhas faces a própria pele do ar,
a dureza da água, que é frescura,
a solidez do mundo que me tenta.
Muito secretas, as ladeiras levam
ao lugar aceso da ventura.
Ali o fundo gozo que o viver fortalece,
a realidade magica que vence até o sonho,
experiência tão ébria
que um sábio deus a condena ao olvido.
Conhecemos então que tem morte somente
a queimada formosura da vida.
E porque estás ausente, és hoje o desejo
da terra que falta ao desterrado,
da vida que o olvidado perde,
e apenas por engano está a vida em meu corpo,
pois sei que a minha vida a sepultei no teu.
El más hermoso territorio
El ciego deseoso recorre con los dedos
las líneas venturosas que hacen feliz su tacto,
y nada le apresura. El roce se hace lento
en el vigor curvado de unos muslos
que encuentran su unidad en un breve sotillo perfumado.
Allí en la luz oscura de los mirtos
se enreda, palpitante, el ala de un gorrión,
el feliz cuerpo vivo.
O intimidad de un tallo, y una rosa, en el seto,
en el posar cansado de un ocaso apagado.
Del estrecho lugar de la cintura,
reino de siesta y sueño,
o reducido prado
de labios delicados y de dedos ardientes,
por igual, separadas, se desperezan líneas
que ahondan. muy gentiles, el vigor mas dichoso de la edad,
y un pecho dejan alto, simétrico y oscuro.
Son dos sombras rosadas esas tetillas breves
en vasto campo liso,
aguas para beber, o estremecerlas.
y un canalillo cruza, para la sed amiga de la lengua,
este dormido campo, y llega a un breve pozo,
que es infantil sonrisa,
breve dedal del aire.
En esa rectitud de unos hombros potentes y sensibles
se yergue el cuello altivo que serena,
o el recogido cuello que ablanda las caricias,
el tronco del que brota un vivo fuego negro,
la cabeza: y en aire, y perfumada,
una enredada zarza de jazmines sonríe,
y el mundo se hace noche porque habitan aquélla
astros crecidos y anchos, felices y benéficos.
Y brillan, y nos miran, y queremos morir
ebrios de adolescencia.
Hay una brisa negra que aroma los cabellos.
He bajado esta espalda,
que es el más descansado de todos los descensos,
y siendo larga y dura, es de ligera marcha,
pues nos lleva al lugar de las delicias.
En la más suave y fresca de las sedas
se recrea la mano,
este espacio indecible, que se alza tan diáfano,
la hermosa calumniada, el sitio envilecido
por el soez lenguaje.
Inacabable lecho en donde reparamos
la sed de la belleza de la forma,
que es sólo sed de un dios que nos sosiegue.
Rozo con mis mejillas la misma piel del aire,
la dureza del agua, que es frescura,
la solidez del mundo que me tienta.
Y, muy secretas, las laderas llevan
al lugar encendido de la dicha.
Allí el profundo goce que repara el vivir,
la maga realidad que vence al sueño,
experiencia tan ebria
que un sabio dios la condena al olvido.
Conocemos entonces que sólo tiene muerte
la quemada hermosura de la vida.
Y porque estás ausente, eres hoy el deseo
de la tierra que falta al desterrado,
de la vida que el olvidado pierde,
y sólo por engaño la vida está en mi cuerpo,
pues yo sé que mi vida la sepulté en el tuyo.
Publicado originalmente em “El otoño de las rosas” 1986 e transcrito de Ensayo de una Despedida Poesía Completa (1960-1997) Tusquets Editores, Barcelona, 1997.